Durante nuestra “lectio divina A la escucha del Maestro” varias veces hemos leído que “el discipulado” es una experiencia maravillosa y transformadora que podemos encontrar en el Evangelio de Lucas.
Es éste un tema bellísimo del que apenas se inicia su estudio. Pablo VI lo intuyó cuando, al clausurar la tercera sesión del Vaticano II, afirmó:
“Hija de Adán como nosotros y, por tanto, hermana nuestra con los lazos de la naturaleza... en su vida terrena realizó la perfecta figura del discípulo de Cristo, espejo de todas las virtudes, y encarnó las bienaventuranzas evangélicas proclamadas por Cristo” (21 Nov. 1964)
Ser discípulo de alguien es recorrer un camino largo de esfuerzo, de lucha, de aprendizaje y de mucho amor. Vaticano II habla de María como “la peregrina de la fe” y en esa expresión está sintetizada su experiencia de discipulado en la Escuela de Jesús. Su peregrinación de fe es un testimonio y un reto para nosotros que, como ella, caminamos por este valle de lágrimas y dificultades. Lo podemos ver insinuado de una manera muy bella en Lucas.
María, discípula de Jesús en el Evangelio de la Infancia (Lc. 1-2)
Aun sin llegar todavía a los dos textos durante el ministerio de Jesús (8,19-21; 11,27-28) que nos aclaran mejor la figura de María como discípula del Evangelio, los dos primeros capítulos del Evangelio nos sitúan, desde ya, en este tema.
Al proponer el Ángel la vocación-misión de María, en función de Jesús, nos dice Lucas que hubo en ella turbación y cuestionamiento (1,29), pero también pregunta (1,34). Y ante la respuesta de Dios que todo lo aclara, vemos en María la ofrenda de su vida (1,38) pero también la alabanza gozosa por la misericordia de Dios (1,46ss).
Cuando los pastores van a visitar al recién nacido como su Salvador, contaron lo que les habían dicho acerca de él y “Todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores decían” (2,18). Por el contexto, el “Todos” se refiere a José y a María, pero puede también hacer referencia a la comunidad que escucha el mensaje. Inmediatamente, Lucas agrega una reacción propia de la Madre: “María, por su parte, guardaba (syneterei) todos estos sucesos (rhmata) y los meditaba (symballousa) en su corazón” (2,19).
Cuando llevan a Jesús a presentarlo al Templo y tienen el encuentro con Simeón, “su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él” (2,33). Cuando a los doce años llevaron a Jesús a la fiesta de la pascua en Jerusalén y “él se quedó en Jerusalén, sus padres lo buscaban sin encontrarlo” (2,44-45); regresan a Jerusalén y lo encuentran el Templo (2,46). “Todos lo que oían estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas. Cuando lo vieron, quedaron sorprendidos y su madre le dijo: Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Miras, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando” (2,47-48). Y, ante las respuestas de Jesús, “ellos no comprendieron la respuesta que les dio” (2,50).
Cuando, por último, volvieron a Nazaret, “su madre conservaba (dieterei) cuidadosamente todas estas cosas en su corazón” (2,51).
Hemos hecho expresamente la recopilación de verbos (al subrayarlos) para que de una manera más clara captemos ahora el proceso de conciencia lenta que fue teniendo María acerca de Jesús.
Pertenecer a la familia escatológica de Jesús y vivir como discípulo, es un trabajo arduo de cuestionamiento y búsqueda, de meditación e interiorización, de silencio y contemplación, de estupefacción y de sorpresa, de oscuridad y pregunta, de encuentro y júbilo, de angustia e incomprensión... de buscar sin encontrar, de encontrar sin poseer. La alabanza y la admiración; la ofrenda y el gozo; el saber admirarse y contemplar; el no saber dónde está el Señor y amarlo a pesar de todo; el no comprender todos sus caminos pero insistir en su búsqueda y guardar todos los acontecimientos en el corazón para gozar y comprender más tarde...
Todo esto es propio de un discípulo que camina y no se estanca; que sigue a su Maestro por donde quiera que va, pero se sabe, amado, protegido y orientado, porque en la cruz está su gloria y en la entrega libre por sus hermanos ofrece la Vida salvadora que él mismo ha recibido de Jesús. Y María es la primera discípula de Jesús, que hace todo este proceso y se convierte para nosotros en testimonio vivo del oyente de Jesús.
P. Carlos Álvarez cjm
www.cesanpablo.org/
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