martes, 3 de agosto de 2010

Música que enferma

Se dice que en la China antigua una de las maneras de ejecutar a los condenados a muerte era tocar una campana tan cerca de ellos y tan duro que finalmente morían por la tensión. Investigaciones recientes permiten deducir que las personas sometidas a ruidos demasiado fuertes y prolongados sufren trastornos hormonales que pueden producir presión sanguínea alta, asma y reacciones alérgicas a la piel. Estos efectos no los causa solamente el ruido, digamos de motores, sino también la música escuchada a un volumen alto. Además, el oído sufre. Cuatro horas en una discoteca provocan los mismos daños que toda una semana de exposición al ruido de las máquinas en una fábrica. Los investigadores han establecido que después de un concierto de rock, los jóvenes oyen transitoriamente menos bien. Exposiciones constantes causan sordera permanente e irreversible.

El Ecuador no es un país sometido a una excesiva contaminación auditiva, de las difíciles de evitar, como los despegues constantes de aviones o un tráfico pesado de trenes, aunque si sufren las ciudades en horas pico.

Pero todavía no hemos tomado en cuenta la frase atribuida a Robert Koch, experto en bacilos, de que “algún día la humanidad tendrá que combatir el ruido como la peste y el cólera”. Al contrario, aquí el ruido lo producimos voluntariamente, sin motivo apremiante ni consideración por el prójimo.

Prácticamente de toda tienda, restaurante, centro comercial emana música a un volumen demasiado alto para entenderse hablando con voz normal. Cada pueblo y cada barrio tiene su viernes de tecnocumbia a un nivel insoportable. No hay boda, coctel ni recepción, solemne o no, sin tortura auditiva. El ruido no se detiene ante las instituciones: en Cuenca, el Municipio contrata a la misma hora un concierto de música popular a todo volumen en las inmediaciones de otro de música clásica, sin compasión por los músicos ni el público. En Guayaquil, se permite la coexistencia de pájaros y animales en el atractivo recinto contemplativo del Parque Histórico con el estruendo de los acontecimientos sociales y el teatro al aire libre entre los edificios históricos.

El hermoso recorrido del Capitán Morgan frente al Malecón 2000 es imposible de realizar para una persona medianamente sensible, por la música de pachanga que lo acompaña. Una piscina en el Ecuador no puede cumplir con su cometido de invitar a una experiencia especial, de sonidos precisamente amortiguados por el agua, porque la música retumba aun allí sin misericordia.



Al parecer, los decibeles que alguien impone al resto tienen relación con su ansia de llamar la atención y de poder. Eso lo comprobamos ahora en la campaña. ¿Será que también ante la bulla los ecuatorianos somos demasiado sumisos? La tolerancia al ruido tiene un fuerte componente personal, de tal manera que es inevitable una valoración estética en los comentarios sobre el volumen al que alguien escucha su música. Pero está comprobado que el ruido hace daño físico y psíquico, sin importar que el afectado se sienta o no molestado.

Fuente: Diario HOY Ciudad Quito Autor: Por Susana Klinkicht

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