sábado, 2 de noviembre de 2013

*La Espiritualidad del Músico Católico

"Nosotros como músicos somos el Ejército de Cristo. No nos debemos de confundir, nuestra
principal arma no es la música sino el amor. Si nos presentamos a la guerra tan solo con la espada de la música no llegaremos muy lejos. En cambio, cuando vamos utilizando como principal arma el amor, a la primera nota el enemigo será derrotado. Solo cuando el amor es nuestra guía y nuestro camino, nuestros instrumentos y nuestras voces tendrán la fuerza para derrotar al enemigo".

Eugenio Jorge y Martín Valverde en una "Clínica de Formación para Músicos Católicos"

"¿Es acaso que el amor entra en el corazón del que escucha por la boca del que alaba? De ninguna manera, sino que de un amante se enciende otro" (C 10, 28, 39)

Como expresó San Agustín, de un amante que canta con el corazón y con la vida, se enciende otro. Asi podriamos discernir perfectamente cual debiera ser la Espiritualidad de Músico.

La Buena Nueva de Cristo descansa en el amor, como única forma de liberación del egoísmo que vive el hombre. El resumen de los mandamientos es Amar a Dios, amarse a sí mismo y amar al prójimo, pero a todos nos parece difícil practicar este precepto, más aún, en un mundo hedonista e individualista.

Para amar se necesitan dos personas, una comunión entre un tú y un yo. Se necesita amar y ser amado, "para poder cantar y ser cantado" como dice el poeta antioqueño, Oscar Hernández. Así, cuando amas y eres correspondido se siente un gozo indescriptible.
Si amas a Dios y eres un misionero musical a su servicio, te amarás a ti mismo. Y si te amas a ti mismo, puedes amar a tu prójimo, pues no podemos dar de lo que no tenemos, o proclamar lo que no vivimos.
En consecuencia, si cantas al Señor con tu voz, lo debes alabar también con el testimonio de una vida cristiana que proclame en estos tiempos los valores del evangelio. Es decir, debemos responder con amor al llamado y de Dios, de palabra cantada y de hecho.
Yo le puedo decir a mi esposo, ¡ te amo!! Pero con actos de infidelidad contradecir las palabras. De igual manera, se necesita actitud y acción para cantarle a Dios.
Quiero expresarte que no se trata de cantar por cantar, sino de servir con el canto y amar. Si permites que se enfríe el amor con el que cantas, las notas, las técnicas, las voces melodiosas pierden el sentido y se paralizan en los oídos de quienes las escuchan.
El profesionalismo musical no basta para ser un cantor de Dios. Los artistas de Dios arrastran multitudes por el vigor de su amor, al fin, todos tenemos sentimientos. Por lo tanto, la música que realices sin amor es banal, el canto sin amor es como un objeto desechable que se tira a la basura.

Que tu canto se convierta en una saeta que conduce al amor con la fuerza de Dios. De esta forma, las palabras son saetas por el amor que llevan al otro. La música se lanza con el peso del amor y sólo con amor es fecunda donde quiera que llegue. El impulso y la dirección, se la dejas al artífice del mundo, al gran artista y creador.
Cuando amas ves, escuchas y descubres en la música a aquel que hizo cuanto amas. Ejecuta por amor los instrumentos, interpreta por amor las voces, para que unidos en un mismo espíritu cristiano cosechemos los frutos en el coro de Dios.
Cuando cantes, no lo hagas sólo por goce estético, dale una impronta de amor a tu canto. Cantar con amor significa unir la palabra, la mente, el cuerpo y el corazón, para darle un abrazo incorpóreo a Dios y al hermano. Si haces la música con amor, agradable a los oídos perfectos de Dios, proyectas el amor y la alegría a los demás.

Tu y yo hemos sido conquistados por el amor de Dios. Si el pueblo de Israel cantaba con alegría durante su peregrinación al templo de Jerusalén; cantemos nosotros jubilosos, "con todo nuestro corazón, salmos, himnos, y cantos espirituales, dándole gracias" -Col. 3-16 – Ef. 5, 19 - en el camino de nuestra vida.

Querido hermano, reemplaza las notas sin sentido, las notas sin valor, por notas de amor en clave de Cristo. ALABEMOS AL CREADOR CON UNA INMENSA VOZ.
Cantante de Dios, "si flaqueas en el amor, flaqueas en la alabanza"
(San Agustín, CS 83,8).


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